Los movimientos migratorios pueden clasificarse en diferentes tipos atendiendo a diferentes criterios. Atendiendo a la voluntad del protagonista, podríamos decir que hay dos ejemplos claros: las migraciones forzosas y las voluntarias. En el post anterior hablé más de las primeras, hoy me gustaría hablar de la migración voluntaria, que es la que a mí me ha tocado vivir.
Toda migración, sea voluntaria o forzosa, tiene un denominador común, el duelo. Dejar tu país, sea por la razón que sea, conlleva una pérdida. Yo recuerdo al principio, nos reunieron al grupo de españoles que acabábamos de llegar aquí y en una de las charlas introductorias, nos hablaron sobre los estados anímicos y lo que nos podía esperar en el primer año de estancia, Recuerdo perfectamente ver una gráfica en una presentación powerpoint que representaba los “ups” and “downs” que íbamos a tener conforme los días pasaran, y recuerdo tb, mirar aquella gráfica, incrédula y desconfiada, como si yo estuviera por encima de eso, recuerdo pensar “ a mí no me va a pasar”. Y la verdad es que esa primera vez que me trasladé aquí a vivir, no me sucedió, pero la segunda, se ha cumplido fervientemente.
Dejar tu país supone poner a prueba tu equilibrio emocional, y desde luego construye o aumenta tu capacidad de resiliencia. A veces vemos los documentales de “Españoles por el mundo” y nos parece que todo va a ser una aventura fantástica donde nos van a salir las cosas fenomenal y volveremos a casa con un montón de anécdotas para darles envidia a nuestros amigos, y no es así. Migrar supone mucho más, conlleva un gran esfuerzo de adaptación; y la mayoría de las veces la soledad para transitarlo.
Después de escuchar muchos podcast, leer sobre el tema, ver documentales..etc, he llegado a entender que verdaderamente hay un proceso denominado “Duelo migratorio”. La persona que se enfrenta al cambio de residencia sufre una serie de pérdidas de las que aparentemente no es consciente, y más si se ha realizado de forma voluntaria, porque piensas que cómo lo has elegido tú, no tendrás que sufrir. Sin embargo esas pérdidas son muy reales y si no se transitan adecuadamente pueden enquistarse, como todo. También hay ganancias con la migración, por eso, hay que saber reconocerlas e intentar poner ambas en una balanza para que se equiparen.
Cuando llegas al país de acogida, yo diría que las primeras sensaciones que se experimentan son el anonimato y la independencia, y ambas proporcionan una gran satisfacción.. Te puedes como si dijéramos, reinventar, construir un nuevo yo que quieres que camine a partir de ese momento. Puedes ser mucho más selectivo con lo que haces con tu tiempo y con los amigos que eliges, porque partes de un lienzo en blanco, partes de 0. Se gana resiliencia, fuera de tu hogar no cuentas con la red de ayuda familiar ni con un colchón de amigos/conocidos que te saquen de apuros, estás tú contigo mismo y tus recursos. Se experimenta el desapego y el desligue de lo nuclear, desvincularse de lo conocido para saltar fuera de la red. Y aunque en algunos momentos produzca vértigo, a la vez se siente como una expansión interna y un empoderamiento difícil de explicar.
Por supuesto, ésto lleva a que inevitablemente, sin darnos mucha cuenta vamos cambiando, y cuando volvemos, bien sea de visita o para regresar definitivamente al que era nuestro hogar, se sufre el choque cultural inverso. Todos esperan al que se fue y tú esperas encontrar lo que dejaste, y ni uno ni lo otro suceden. La vida ha seguido mientras tú no estabas y tendrás que hacer el esfuerzo de re-adaptarte, porque ya no es lo que era, y tú ya no eres el que se fue. Lo más seguro es que tu entorno se extrañe de que no te acoples a la primera.
Yo sufrí esas consecuencias en primera persona. Volví a mi ciudad de origen durante dos años cuando la pandemia sucedió, y sentía que en un grupo de amigas, aunque estaba dentro, estaba fuera, no era con intención, pero hacían planes sin mí; cuando expresé directamente mi malestar, fue escuchado pero no comprendido,”es que como yo llevaba tanto tiempo fuera se habían acostumbrado a mi no presencia”; pero ellas lo veían todo muy natural. De hecho, tuve que escuchar comentarios que venían a decir como que “era sólo mi percepción, porque estaba viviendo la readaptación y tenía que volver a acostumbrarme” parte de verdad y parte de mentira, porque tus amigos tienen que conocer esa parte nueva que viene de ti, y al final, decidir si lo quieren aceptar o no, al igual que tú. No estás por encima de nadie por haberte ido, no es eso, para nada, pero inevitablemente has vivido muchas cosas que se alejan mucho de la realidad que supone esa otra vida.

Cuando las vueltas se hacen duras se tiende a idealizar lo que dejaste; eso es lo que me pasó a mí, en mi “reingreso” a mi ciudad y ambiente de siempre, me sentí fatal, y no me lo esperaba. Así que a los dos años, volví a Austin, pero ¿imaginaros qué? Tampoco esta segunda parte fue tan idílica como la primera. Cuando se pasan bastantes años en el extranjero comienza a sentirse una ambivalencia, ni se es de aquí, ni se es de allí; en cualquiera de los dos lugares que te establezcas siempre vas a perder la chispa del otro.
Cuando estoy fuera de España, siento que me pierdo a mis padres, me culpabilizo por el tiempo que pasa y que ya no volverá. Por los años en los que dejé a mi sobrino, siendo un "toddler" de 3 añitos y que ahora casi está entrando en la etapa de la adolescencia. Me duele que haya perdido amigos por el camino porque hemos evolucionado de manera diferente o que vuelva y me sienta extraña en mi propia casa, en mi propio país. A veces, he sentido que he perdido hasta la “gracia” porque en inglés no puedo hacer tantas bromas ni ironías con la lengua, incluso a veces, he sentido que no podía transmitir mi inteligencia a través de mi
lenguaje comunicativo y eso me ha frustrado mucho.

Aquí sentí que me estaba desplazando de mi identidad de origen y empecé a poner parches. Me entraron ganas de hacer muchas cosas que me posibilitaran sentirme más cerca o conectada con mi cultura. Me apunté a clases de flamenco, aprendí a cocinar muchas recetas de mi madre, busqué y encontré donde comprar jamón y chorizo, y en mi casa no faltan nunca, ni eso ni la tortilla de patata, el vino o las croquetas. Tiendo la ropa en mi tendedor con una alegría indescriptible por el regocijo de poder pasar de la secadora. Mi círculo de amigos ha ganado en los últimos años muchos más españoles; los fines de semana desayuno viendo los informativos del canal 24 horas… Y eso me ayuda, y bastante. Salgo al parque y me doy una vuelta escuchando la radio española y aunque en la programación nos llevamos 7 horas, me da igual, lo mismo me escucho un programa entero de "El larguero" como la programación de madrugada de otra emisora, me da igual de lo que hablen, estoy mentalmente con los míos.
Por supuesto, veranos y Navidades, si puede ser, vuelvo a mi tierra de visita.
Hace poco cuando Mike, un amigo, vino a mi casa (el protagonista de uno de nuestros episodios anteriores) me dijo,( y vi el asombro en su cara) “Wooooow, realmente estás de paso; en esta casa se nota que no hay una intención de vivir aquí por mucho tiempo”, y entonces fue como si me hubieran puesto un espejo delante de mis narices. Bueno, la verdad es que siempre he vivido con lo puesto, nunca he tenido una casa propia y en las mudanzas lo único que me han acompañado son mis maletas de ropa. Pero es verdad, la posibilidad de quedarme aquí de manera permanente me ahoga. Ésto no quiere decir, ni mucho menos que todo el mundo vaya a sentirse así, tengo amigas españolas aquí que tienen planteamientos totalmente diferentes; gente que se establece, compra aquí una propiedad, y sin decidir si éste va a ser su destino definitivo, sí que tienen calma y seguridad en la decisión que toman por el momento, quedarse.
Por otra parte,volver también implica tener otros miedos. A muchos, “volver” les da tanto pavor que eluden enfrentarse a la vuelta y alargan su estancia hasta arraigarse. Volver significa que quizá no encuentras un trabajo tan cualificado y bien pagado como el que tienes en tu país de acogida, se siente una infravaloración. Además has adquirido muchos más conocimientos de “supervivencia” que la gente no ve a primera vista. Vas a perder el enriquecimiento que supone diariamente vivir en un entorno diferente a casa, los contactos, los amigos, el practicar el idioma de tu lugar de acogida…
Parece sencillo pero no lo es, son bastantes todos los sentimientos y emociones que genera una migración y hay un trabajo de aceptación grande por hacer, tanto a la ida como a la vuelta, si ésta existe. Pero todo te forma como individuo, como a todo el mundo, pasan los años, pasas por experiencias y cada uno, vamos cambiando, la identidad es algo cambiante, no permanente.
No obstante, cada persona es única, y enfrentamos las situaciones de manera distinta. Cada uno a su estilo. Ésta es sólo mi experiencia. En futuros post espero profundizar en este tema más con testimonios de otros individuos.
Hay varias fuentes de información que me han ayudado a elaborar este tema, si a ti también te concierne quizá te interese echarle un vistazo a alguno de los siguientes recursos:
- El libro “Inteligencia migratoria” de Joseba Achotegui; en el que da a conocer formas de hacer frente a esos procesos por los que pasamos cuando migramos.
- El blog psicologaexpatriados.es de Aminta Acosta.
- La website volvemos.org.
- El documental “Entre dos tierras”. Duelo migratorio contado a través de la experiencia de varios inmigrantes españoles en Londres. es puede alquilar por 48 horas a través de Vimeo.
Si quieres escuchar la versión sonora de éste post, aquí te adjunto el link al correspondiente episodio de podcast.